El sismo de los mitos
Por: Ricardo Muñoz Jarillo
Uno de los primeros libros que me consternaron, fue "Nada, nadie, las voces del temblor" de Elena Poniatowska, que se convertiría, en un futuro, en el legado con el suceso más doloroso para la capital del país, la crónica de una desgracia.
Conforme leía el libro, cerraba su pasta y con esfuerzos podía terminar de leer las desgarradoras historias que nuestra querida escritora Elenita plasmó en aquel libro, trascendió durante generaciones y; al final, no podía imaginar a una de las ciudades más grandes del mundo en total y absoluto colapso, en caos, en silencio, con vida y muerte entre los escombros. Fue el 19 de septiembre de 1985, en que la Ciudad de México era devastada por un primer terremoto de 7.3 grados en la escala de Richter. Los edificios de la gran urbe no tenían la infraestructura para un fenómeno de ese tamaño, la ciudad cayó, y, junto con ella, miles de personas, incontables mexicanos murieron.
Durante mi corta vida he percibido cuatro movimientos telúricos, pero los últimos dos capturaron la atención de todo el país. La noche del jueves 7 de septiembre, a las 23:49 horas, la alarma sísmica despertó e inquietó a las familias, habíamos vivido el temblor más fuerte en México del último siglo, un sismo de 8.2, que, de acuerdo a sus características, todos coincidían en jamás haber sentido algo igual. La ciudad volvió en calma luego de que no se registraran daños, sin embargo, por el epicentro, el verdadero daño se encontraba en Chiapas, Oaxaca y Tabasco; edificios y viviendas se hicieron polvo, la emergencia comenzaba. Por medio de redes sociales y con dificultad para hacer registro de los hechos por las fallas continuas de red en comunicación, sabíamos que existía gente bajo los escombros, personas que de un minuto a otro lo perdieron todo, en la oscuridad. Sólo alumbrados por los faros de automóviles la ciudadanía comenzó a pedir auxilio, era urgente rescatar a los sobrevivientes.
La emergencia continuaba cuando el 19 de septiembre del 2017, 32 años después de aquella cicatriz que dejó en la capital el 1985, se repitió algo muy parecido a lo que relataba Elenita. A las 13:14 horas, un sismo de magnitud de 7.1 grados Richter con epicentro en Puebla, desataría un reto contratiempo a los mexicanos; al instante, colapsaron decenas de edificios, el tráfico de Reforma se detuvo, los gritos de desesperación y suplicas religiosas se escuchaban mientras el polvo se convertía en el nuevo cielo de la ciudad. Esta vez no todos lograron evacuar, era evidente, exactamente 32 años después se repetía la escena y despertó algo que nadie nos enseñó: la "memoria colectiva". Detenidos y en shock masivo, el claxon de los autos se silenció, todos sabían que era momento de ayudar, entonces comenzaron a formarse filas de cientos de personas alrededor de los edificios colapsados para retirar ladrillos y varillas, toneladas de cemento que cubrían la incertidumbre de conocer si existían personas con vida o no. A diferencia del pasado, la respuesta del Estado fue más pronta y oportuna, sin embargo, con un fenómeno natural de esta magnitud era imposible resolverse sin el voluntariado de la ciudadanía.
Fue entonces como las edades, las diferencias sociales y religiosas desaparecieron, nacieron arterias vivientes entre las calles, personas que movían brazos y piernas para ofrecer una oportunidad de vida a quienes estaban debajo de las estructuras esperando a ser rescatados, dichas arterias se movieron de diferentes maneras y rompieron el mito; que las nuevas generaciones, o bien llamados "millennials", eran jóvenes indiferentes, apáticos, nada cooperativos, divididos por sus ideales; fue una nueva generación de mexicanos la primera en empezar a levantar ladrillos, y, por medio del uso de las redes sociales, dar a conocer la noticia a todos aquellos que también vivíamos con miedo y esperanza tras el suceso.
"¡Aquí se necesita!"; se necesitan manos para levantar cemento, se necesitan piernas que corran por picos y palas, se necesita valentía para que un menudo se escabulla entre los espacios que sobraron; se necesita una mujer, un hombre, se necesita una sociedad unida que grite una y otra vez que "nos vamos a levantar".
La emergencia comenzaba a tornar en su pico más alto cuando la luz del día acababa y la sociedad comenzaba a organizarse, ahora con luz artificial, vecinos y ciudadanos en general comenzaron a trabajar sin descansar, mientras en las redes sociales se transmitía en vivo sobre las necesidades del momento, toneladas de acopio en diferentes puntos ayudaron a movilizar a todos aquellos que habían tenido la fortuna de no ser afectados por el sismo, pero, en esa misma noche, las noticias consternaron a los estados vecinos de la capital; Puebla y Morelos estaban devastados, incomunicados y con falta de ayuda, entonces la sociedad respondió, llegaron toneladas de víveres durante los tres días siguientes, voluntarios y el ejército.
Por un momento olvidamos los grandes problemas que tiene el país y nos volcamos a ayudar, a vaciar supermercados, a cooperar en nuestro alcance de distintas formas, la memoria de la naturaleza nos dio una lección en un momento caótico que vive la sociedad mexicana. Existen cosas más grandes que nosotros mismos, que nuestro egoísmo y odio, jamás debemos olvidar lo aprendido en el pasado, lo que sigue de esta historia es un camino largo, lo que escucharemos y veremos en los próximos meses serán historias, voces, será el latido de los mexicanos.